26.2.10

Violencia en el subte

Línea B de la red de subterráneos de Buenos Aires. Estación Leandro Nicéforo Alem. 18:07 hs de un día de semana.
Él, tiene 9 años y está descalzo, simpre descalzo. No corre pero recorre el vagón con velocidad, sino una vez que se llena es un quilombo. Lleva tarjetas de cartón, de colores, con motivos de amistad y amor. Las deja, en general, sobre la falda de la gente, aún de los que se hacen los dormidos. Hace tiempo ya que la mayoría no le recibe con la mano, de hecho tampoco lo miran. Hay otros que primero dan la mano, y hasta sacan más monedas, pero él no está para esas forradas.
Ella, tiene 29 años y tiene zapatos pero con poco taco. No los necesita ya que mide unos uno con ochenta y cinco. La espalda es ancha y porta un buen kilaje pero bien repartido: carne en los brazos, carne en los muslos, buenas tetas; el culo no sé porque cuando llegué ya estaba sentada, pero calculo que bien también. Todos estos atributos no le impiden verse y sentirse una gorda; desde hace muchos años ya, cuando conformó junto con cinco otras adolecentes el clásico grupo de amigas, en el que cayó por el sólo mérito de pesar más, en el rol de "la gordita".
Hoy Ella, en su lucha cotidiana contra sí misma, almorzó dos milanesitas de soja con un tomate; y ahora, en el subte, disfruta el premio de la tarde, del salir del laburo (por fin): un alfajor. No es mucha cosa como alfajor, sólo dos capas, estilo Jorgito, con esa cobertura que pretende ser chocolate blanco, pero es aceite vegetal hidrogenado con colorantes.
Él pasa junto a Ella cuando ya queda sólo un bocado. Él tiene hambre, es cierto. También le encantaría saborear un alfajor. Le encantaría todo. En realidad, él todo es una bolsa de necesidades con patas. Pero no es por esto que hace lo que hace. Entonces él se despacha con su pequeña venganza:

- ¿No me das un poquito que tengo hambre?

Ella hace que no con la cabeza, la mirada está desencajada. Él se retira como si nada. Dentro de su cabeza, su vocecita interior monologuea cantidad de barrabasadas. Contra Ella, se entiende. Puedo ver como una pequeña bolsita, rellena de ácido clorhídrico, se instala en algún lugar entre el hígado y el bazo.

Pequeños hechos. Todos los días. Sangre por Sangre. Todos contra todos. Preparándonos para el gran final.

1 comentario:

Amelia Apel dijo...

Que triste la verdad. NADA es más violento que eso. Me acuerdo que una vez fui a kiosco a comprar una coca a las 11 de la noche, y estaba pensando en otra cosa, re desencajada de la realidad. En eso se me acercó un nenito que pedía y se me puso adelante (yo estaba parada esperando para comprar). Y yo por inercia me agacho y lo saludo con un beso. Y en el momento en el que lo estaba saludando me di cuenta que la situacion quedaba re descolgada; y lo primero que pensé es que el nene iba a pensar que yo estaba loca o algo. Pero nada que ver, cuando me agaché a saludarlo me di un abrazo re fuerte y largo... fue rarísimo.
Cuando me iba a mi casa me fui pensando que andá a saber si alguien lo saluda alguna vez, o lo abraza... son nenes nomás