28.8.10

Negro Boludo

Hernán es mi mejor amigo desde primer grado de la primaria. Fuimos al club juntos y de vacaciones también. Durante mucho tiempo nos veíamos todos los días, pasando nuestras actividades del boludeo crónico al comentario filosófico-deportivo de la vida incesantemente. Como suele suceder, al asistir a secundarios distintos, comenzamos a vernos menos. Después cada uno tuvo sus novias que reclamaban, con derecho, su cuota horaria; con la particularidad de que no solían llevarse bien entre ellas. Aún así, la amistad permaneció intacta. Esa sensación de entendernos el pensamiento de reojo, de complementarse siempre, jugar la pared corta, o armar espontáneamente la escena del policía bueno y el policía malo, no desapareció. Ni siquiera después de pasar meses sin vernos.

Para cuando cumplió veinte años, Hernán llevaba dos de búsqueda laboral sin éxito, no tenía asistencia económico-familiar para la buena vagancia y para colmo aquella novia lo había abandonado. Un día me llamó por teléfono y me avisó que se iba a vivir a Sudáfrica. A partir de ahí fue siempre él el que llamaba porque para mí era más caro y él siempre andaba cambiando de número. Pero lo cierto es que no le fue nada mal, y si bien yo sabía que extrañaba su tierra, el buen pasar eliminaba cualquier intención de retorno. La primera vez que lo llamé yo a él fue en Enero de este año. Cualquiera diría que era una llamada interesada y estaría en lo cierto; pero entre nosotros nunca hubo ese tipo de consideraciones. Después de tres timbrazos escuché su voz:

- Boludo, el mundial empieza en cinco meses, ¿recién ahora se te ocurre llamarme?

No, claro que no se me ocurría recién en ese momento, hacía como un año que venía sacando cuentas. Yo quería llevar a la patrona, porque además sabía que la holandesa que se había levantado allá era de lo más copada. Pero no hubo caso, si quería ir a por lo menos un partido ya no alcanzaba para dos pasajes. Por bastante tiempo tuve casi descartada la idea, pero más se acercaba el mundial, más me subía la fiebre. Finalmente, luego de una charla de dos horas el amor de mi vida me convenció de que lo hiciera, 100% de apoyo, y yo sabía que en algún momento se la iba a cobrar.

Llegué quince días antes de la fecha inaugural, como no pagaba alojamiento, no resultaba mucho más caro evitar el quilombo de vuelos de último momento. Y además teníamos que ponernos a tiro luego de siete años de amistad a la distancia. Apenas bajé del avión me esperaba con una noticia sorpresa: había encontrado una escuelita de teatro en los suburbios de Johannesburgo donde unos estudiantes daban una obra basada en los poemas de Victoria Ocampo, autora que él sabía había despertado mi pasión literaria. La coincidencia era realmente asombrosa, que unos pibitos de dieciséis años a ocho mil kilómetros se pusieran a laburar con eso me hacía repensar si la cultura general argentina era tan buena comparada internacionalmente como yo creía. Después de dejar los bolsos en su casa y pegarme una ducha emprendimos el viaje hacia el lugar. Al llegar sacamos los boletos, fumamos dos cigarrillos como en los viejos tiempos y entramos a la sala que ya estaba a oscuras. Los chicos como era de esperar actuaban pésimo, mezcla de rito pagano y acto de escuela, y como también era de esperar no entendía un comino de lo que decían, pero me la banque como un duque. Pero ya transcurridos quince minutos de obra no me quedó duda de que lo que estaba viendo era “Los Traidores” de Silvina Ocampo, a quién aborrezco profundamente. Como sabía que a Hernán le daba lo mismo cualquier cosa y probablemente estaba pensando en que íbamos a comer a la salida, no dude en darle la orden de retirada en ese mismo momento. Así, después de salir a hurtadillas, nos encontramos fuera del lugar. No me molesté en explicarle a mi amigo que diferencia enorme hace un nombre de pila, como calculo que usted no se molestaría en explicarle a un checoslovaco que diferencia enorme hay entre un chileno y un argentino.

Caminamos dos cuadras hasta una parada de taxis, el primero de ellos tenía una bolsa de plástico de color atada a la puerta del acompañante, la cual me pareció como una especie de señal. Agarré a Hernán del brazo y le dije:

- Mejor tomemos otro

- Pero no seas pelotudo, ¿Qué te pensás? ¿Qué seguís en Argentina? – me respondió, obviamente interpretando mi preocupación.

La verdad es que a mí el país no me parecía para nada seguro. Pero él me aseguraba que era sólo en pinta. “En cambio en Argentina te parece que estás en el mejor lugar hasta que te ponen”. El auto era una especie de Volkswagen Senda y estuvimos un rato yendo por una autopista. Hernán hablaba conmigo y cada tanto cruzaba algunas palabras con el chofer y me guiñaba el ojo como diciéndome: “¿viste cagón?”. De esa conversación nuevamente yo no entendía nada, pero de a poco sentí como iba subiendo en volumen y en tensión, además Hernán ya no retornaba a nuestra conversación inconclusa que probablemente era de minas. Llegado cierto punto evidentemente reconoció que no podía seguir negando la situación y me miró con cara entre sorprendida y adrenalínica diciéndome: “Este negro de mierda se piensa que nos va a afanar a nosotros”. En el mismo momento el conductor-ladrón tomo un arma de la guantera y se enfiló para una bajada que evidentemente no era la nuestra. Antes de darle tiempo para apuntarnos comenzamos a forcejear. Mayormente yo sostenía el brazo en el que llevaba el arma y Hernán lo golpeaba lo más duro que podía dada la incómoda posición. Nunca nos dimos cuenta que íbamos tan rápido, sólo cuando pude zafar la pistola de la mano pude mirar para afuera y alcancé a gritar:

- ¡Pará que nos matamos!

24.8.10

Crónicas de una vida de subtextos y doble discursos


En Donostia

Ayer vi una publicidad de un libro de Paulo Coelho que anunciaba “BEST SELLER” y pensé que lindo si todo fuera asi. No te ponen que el libro es interesantísimo, que puede cambiar tu vida o un resumen de la temática del mismo.Te ponen “BEST SELLER” que viene a ser el que más vende. Así, bien clarito y sin rodeos: este tipo escribe lo que MUCHA gente quiere leer. Como los oradores/panelistas/comentaristas de variados simposios/conferencias/presentaciones solamente que ellos no lo explicitan, aparentemente extraen sus objetivas conclusiones de datos duros porque si uno exprime los números lo suficiente siempre logrará que digan lo que sea. Por eso hay que estar muy atentos para que no nos mientan con estadisticas. Dicho sea de paso, esos simposios/conferencias/presentaciones generalmente son a beneficio de alguna entidad de beneficencia, pero la verdad es que nadie asiste por eso, ni tampoco por los oradores/panelistas/comentaristas (ya todos saben que van a decir, lo que queremos oir, obvio), sino para saludarse con todos, hacer/reavivar contactos y posiblemente concretar negocios. Por lo tanto, a los ojos empresariales, no es un donativo sino un gasto en publicidad, que incorporan a su función de costos y luego suman al precio de lo que venden. Y en seguida me acuerdo de Farmacity o Coto que te hacen sentir buena persona donando el vuelto, pero finalmente la donación la hacen ellos y se lo deducen de impuestos, con lo que a fines prácticos tu vuelto se lo quedó Farmacity o Coto y el Estado le da la plata (que dejó de cobrar) a Unicef. O los yankis cuando dicen trillion y en realidad son billones; o te dicen library y no es librería sino biblioteca…
O este nuevo tipo de lesbianas, las Biebians, que se visten y peinan como Justin Bieber que es un nene que se viste y peina como nena y es deseado por miles de nenas que lo desean a él pero no a las nenas que se visten y peinan como el nene que se viste y peina como una nena, o sea las Biebians.
O cuando en conocido living de la televisión se habla de “bandadas” de chicos que piden monedas en las calles, queriendo decir que son como animalitos…
O cuando Pino dice que se opone a la Megaminería a cielo abierto metalífera de oro pero quiere prohibir toda mega o miniminería, de cualquier metal, a cielo abierto o subterránea. O también cuando dice que el principal derecho humano es el de la seguridad.
También sucede cuando te llaman para venderte un seguro de vida, que no te preguntan si te pusiste a pensar que pasa con tu familia si mañana mismo espicharas, sino que te ofrecen un producto para personas que se interesan en el futuro de su familia (porque si no te sacas un seguro es porque sos flor de garca egoísta), y cuando te llaman y te dicen que detectaron que estás gastando de más en tu línea telefónica y si querés activar el “pack ahorrador” por el que vas a gastar $30 menos por mes en tu factura (en el mejor de los casos si continuas el uso como en los meses que tomaron ellos) pero te estan ofeciendo cambiar de prestador en llamadas de larga distancia.
Lo que quiero decir mis amigos es que es realmente cansador, muy cansador, ir decodificando todos estos mensajes que nos rodean en la vida, desde los más pequeños a los más grandes; harían falta más rótulos o declaraciones tipo “BEST SELLER” que sin dejar lo marketinero (no se puede pedir tanto) nos dicen lo que verdaderamente es.

14.8.10

El Beso del Hombre Gato Montés (Parte I)

Venía caminando por 25 y sabía que al doblar a la derecha en Alem sentiría el viento frío que sube desde el río al atardecer, sobretodo en las mejillas. Pensaba en la polémica que se venía dando en el Congreso desde hace unos meses por las actividades de una empresa anglo-holandesa dedicada a la bio tecnología. El cuello estaba rodeado por una bufanda interminable, casi como la chalina de la Duncan, no llevaba guantes pero tenía las manos dentro de la manga de la campera, asi que las mejillas eran el único problema. El servicio era carísimo, pero eran los únicos que hacían una cosa así, T-R-A-N-S-M-E-N-T-I-Z-A-C-I-Ó-N, o en buen criollo la mudanza del estado conciente a un cuerpo animal; es decir, no-humano. Se imaginó que al avanzar unos metros por Alem, frenando a paso cortito por la bajada, se la iba a encontrar a Delfina apoyada contra el poste, y así ocurrió. La duración de la experiencia se determina antes por escrito, puesto que después de la mudanza y dependiendo de la especie elegida, se hace un tanto difícil la comunicación con el cliente. Pudo prever que la primera pregunta iba a ser como le había ido en el simulacro de incendio, ya que ella había conseguido novio así, y hacía meses que la venía machacando con este día. Frecuentemente también pensaba, con cierta pena, en los animalitos que perdían la vida en el proceso; y también, con cierto asco en los gélidos cuerpos humanos, como en ataúdes, en estado de suspensión. A pesar de haber cumplido con el compromiso de estar bien vestida y perfumada, su amiga le disparó la pregunta antes de bajar el pie del cordón, cruzando por mitad de cuadra se acordó que era más peligroso, sobre todo ahí que por la subida no hay más de 40 metros de visibilidad, pero ya estaban más cerca de la otra orilla. Obviamente no era la única afligida por la situación, otras personas más aguerridas, como los que se agrupan en defensa del bienestar de los animales, habían logrado imponer su grito en el Congreso. Se distrajo al tomar inconcientemente un volante que le entregaba una señora bajita, justo donde empieza la escalera del subte; Topo, sentenció Delfina sin vacilar, son excelentes en ese negocio. Al pasar por la televisión del café, vió como en el Congreso seguían considerando el retruco con el que habían salido los ingenieros de la compañía: en lugar de sólo mudar la conciencia humana al cuerpo animal, mudan también en el mismo procedimiento, la conciencia animal al cuerpo humano. Mientras hacían la cola para sacar boleto, soportaba las críticas de su amiga, por estar sola, porque no la escuchaba, porque salía poco de su casa, porque no se interesaba en nada, porque no hacía caso, porque miraba para cualquier lado. Ella para sus adentros, razonaba que era una solución WIN-WIN: no se perdía ninguna vida y los clientes se ahorraban todos esos costos de la criogenización, incluso parece que había algunos ecologistas que defendían a la empresa porque notaban que la experiencia reforzaba la empatía con los animales, y también aumentaba los donativos. Paso cortito adelante y no pensó más, se quedo como con la última ese de donativos, flotando en el aire, tuvo como una calma y alcanzó a decir: ESE. ¿Ese? Preguntó sorprendida Delfina que parecía no dejar de hablar. Sabía que era común, especialmente con las especies más dóciles, la asignación de alguna tarea sencilla en intervalos regulares, con lo que el cliente podía financiar, al menos parcialmente, su sustento. Sí, ese. No mi amor, ese es gato montés dijo Delfina. ¿Segura? Preguntó ella mientras recordaba que Delfina tenía excelente ojo para estas cosas. Y si, estaba segura. Incluso ella se habría dado cuenta de lo evidente de no estar obnubilada por la carencia de sexo. Abundante vello facial, posición corporal acechante, y ahí nomás lo terminó de confirmar cuando evidentemente se sintió observado y se dio vuelta como buscando al observador. Cuando le encontró la mirada, largó una sonrisa franca, como si se hubiese relajado al confirmar que era un cuerpo minúsculo de muy-poco-amenzante carita. Ella puso la mirada fija en el suelo, oleadas de adrenalina le recorrían el cuerpo, sabía el tipo de condena social que había para quienes intimaran con esos animales encerrados temporalmente en cuerpo humano, y sentía en la oreja la mirada de reproche de Delfina. Pero fue inevitable, ya lo tenía al lado extendiendolé un papelito doblado en cuatro y susurrándole al oído: Llamame.