19.11.10

La Cantina de Bernarda (Parte 4)

Parte 1
Parte 2
Parte 3

Los últimos años de los ochenta y los primeros de los noventa, fueron los de mayor popularidad para la cantina. Sanchez Tori, en cada visita que hacía a Buenos Aires, traía de visita a sus amigos artistas, muchos de los cuales al igual que Estela, seguían viniendo por su cuenta. El sitio se convirtió en parada obligada para la bohemia porteña y todos adoraban a Bernarda y Estela como a un mismo Dios, que revelaba su indómito brío en una, y al mismo tiempo su apacible hermosura en la otra.
Aunque los precios, como también los ingresos, se fueron multiplicando; el tano le tenía autorizada a Ramón cierta condescendencia para con los clientes de la primera hora. Esta holgura económica permitió que la cantina cumpliera en el barrio un rol social de cierta importancia. Las actividades, al ser realizadas de día, no contaron jamás con la presencia de Bernarda; pero a pesar de ello, la gente se sentía agradecida especialmente con ella porque percibían que, de algún modo, todo eso era posible gracias a su figura.
Todo esto fue cambiando con el correr de la década del noventa. Las políticas neoliberales, pero sobre todo la magnitud del cambio en el neocortex social, fueron generando un creciente desinterés por todo lo que ese espacio representaba. Una parte importante de la troupe que frecuentaba el lugar comenzó a ausentarse, lanzados a la búsqueda de los medios que aseguraran su subsistencia. La familia Mondragón que ya era rica, se volvió exageradamente rica; trasladando su morada a un palacete en Mónaco durante los seis mejores meses del año. Estela, a pesar de ser fuertemente hostigada para trasladarse con ellos, permaneció en Buenos Aires conviviendo con los criados, quienes de esta forma se convirtieron en guardianes que velaban por su comportamiento, aprontados para utilizar el discado directo internacional en cuanto se desviara de los cánones aceptables.
La niña de todos modos no les ocasionó mayores trastornos, pasando sus tardes leyendo y escribiendo, y por las noches asistiendo a la cantina con una actitud más distante de lo habitual. Bernarda en esta etapa comenzó un nuevo rampage de desquicio, tal vez inconcientemente buscando un equilibrio en el ambiente, tal vez concientemente intentando despertar a su amada del letargo en el que se encontraba. Lo concreto es que la mayoría de los presentes estábamos convencidos que Estelita sabía que se había escapado de su lugar en el mundo, y que inevitablemente habría de regresar allí. Y que entonces, esa marchites que proyectaba era fruto ni más ni menos del profundo entuerto con el que hacia sus adentros se debatía.
Una noche Bernarda se apareció por la residencia de Avenida Alvear. Fuera de sí, gritaba hacia la ventana de la señorita Mondragón que termine su sufrimiento, y que si era tan importante para ella que se fuera a chuparle la penca al burro con toda su familia de weones culiaos. Estela entre lágrimas solicitó al personal de seguridad que la retiraran de las inmediaciones y que por favor se ahorren el llamado a Mónaco. Alertados nosotros la noche siguiente llegamos todos temprano a la cantina para hacerle el aguante a Bernarda, que ya estaba desde primera hora de la tarde bebiendo en silencio. Intentamos que la noche transcurriera lo más rutinariamente posible, y Rubén llamó a Ricky Rovner, una especie de Johnny Tedesco más venido a menos que el propio Johnny Tedesco, para que viniera más temprano. Mas no pudimos conseguir que Bernarda se levantara de su silla, sólo bebía y lloraba, y volvía a beber. Esa noche se festejaba un cumpleaños, y pasada las diez había bastante gente que estaba ajena a la situación y se divertía de lo lindo, para tranquilidad de los dueños. Pero a eso de las doce y veinticinco, según quedaría asentado luego en los registros policiales, se apareció Estela, ostentando un atuendo que dejó inmediatamente sin aliento a la platea masculina. Entró y directamente se puso a bailar, un poco con los cumpleañeros, otro poco con nosotros, que inquietos intentábamos seguirle la corriente pero siempre atentos a la mesa de Bernarda, donde era muy fuerte comprobar que la silla que estaba vacía era la opuesta a la acostumbrada. Las alucinaciones de Estela, que estaba fuertemente dopada, provocaban sonoras carcajadas en los festejantes. Ricky alentado por la aparente algarabía, pidió más metros de cable y bajó a bailar en medio de la muchedumbre. Por algún motivo pensó que era una buena idea sacar a bailar a Estela, quien respondió la gentileza con un imponente baile sensual, con el que recorrió todo el cuerpo del señor Rovner y culminó con un apasionado beso en la boca y una evidente manoteada de bulto. De pronto fue como si una galerna azotara la totalidad de ese recodo de La Boca. Bernarda voltió varias mesas, recorriendo el espacio a pasos agigantados, los separó de un empujonazo y no escucho voz alguna, se perdió en el pasillo del fondo que daba al depósito y volvió con una botella en la mano como arma, la cual partió en la cabeza del pobre Ricky que cayó desplomado en el suelo. Eran inútiles los esfuerzos de las cinco personas que intentaban contenerla, con flexibilidad se les escapara como manteca a los que la agarraban por detrás y con una fuerza diabólica desplazaba a los que se le ponían por delate. Con la botella partida tenía la firme intención de terminar con su inesperada víctima, pero Estela ya había encontrado la faca propiedad de su padre, que había empezado a llevar consigo a partir de algún robo y en un confuso trenzamiento la abrió entera la yugular a aquel demonio chileno. La gente salía horrorizada a los gritos pidiendo ayuda, pero la ambulancia demoró una eternidad y la experiencia en primeros auxilios de los presentes era paupérrima. Junto con la ambulancia llegó la policía que encontró a Estela hecha un bollo en el suelo junto a su gran amor. Así se retiraron la última vez que pisaron el suelo de esta cantina, una en camilla, la otra del brazo de un cabo primero.
Bernarda falleció camino al hospital. La familia Mondragón retorno a la Argentina en el primer vuelo luego de ser anoticiados y, en breve, designaron al mejor abogado disponible para el caso de su hija que se resolvió en tiempo record. Estela pasó dos meses en el Pirovano dos meses de internación durante los cuales no supimos nada de ella. Luego de algunos incentivos monetarios a determinados funcionarios, fue trasladada a una clínica privada donde al poco tiempo le permitieron salidas a su casa durante los fines de semana. En ese tiempo, Estela estaba más de aquel lado que de este, recordando incesantemente a Bernarda, reviviendo cada instante que había pasado a su lado. Recordó todas las veces que habían conversado sobre el poético suicido de Lupe Vélez, acostada en una cama rodeada de flores, pero que no había salido del todo bien porque se descompuso y murió de un golpe al resbalarse con su propio vómito camino al baño. Pero Estela tenía la ventaja de conocer también la vida y muerte de la Pizarnik, y sabía que la dosis correcta para lograr su cometido eran cincuenta pastillas de Seconal, ofreciéndole ese último regalo de reunificación y perdón a su alma complementaria.
Los restos de Bernarda descansaban en una fosa común, pero cediendo tardíamente a las voluntades de su hija, consiguieron darles sepultura juntas en el panteón familiar. Allí igualmente van sólo los Mondragón, porque todo el mundo sabe que si quiere recordar a Bernarda y Estela, debe concurrir a Suarez y Necochea y dejarse hipnotizar por el aire festivo, y esa mesa con dos sillas vacías que ocupa el centro de la escena.

F I N

1 comentario:

Rob K dijo...

Erdös, me pareció estupenda la historia.