Las imágenes eróticas pronto poblaron su mente. Se había
quedado en una escena subida de tono en la que la protagonista gozaba de un
encuentro furtivo con un extraño que la había abordado en el mercado. Las
palabras describían con meticuloso detalle la coreografía de los cuerpos
desnudos y la tórrida secuencia de
pensamientos, contradicciones, culpas y fetiches de las que era víctima la
protagonista. La lectura se vio inoportunamente interrumpida por una
entrepierna turgente que, en el vaivén de la formación en marcha, le empujaba rítmicamente el ejemplar contra los lentes de ver de cerca.
Levantó la mirada y le dijo: “¿Qué te pasa boludo?”